domingo, 27 de enero de 2008
Lilith...
... la feminista
Cuenta un bien guardado mito que en el principio del mundo, al crear a Adán, Dios extrajo también a la mujer del barro para que el hombre no estuviera solo en la tierra, y la llamó Lilith, que en voz sumeria equivale a aliento.
Lilith aferrada a su convicción de igualdad, le exigió a Adán modificar la postura para que ella también disfrutara el amor. Indignado, Adán se negó alegando que era propio del hombre tenderse sobe la mujer y no accedería a sus deseos. Lastimada en su orgullo, Lilith pronuncio el inefable nombre de Dios y, enfurecida por la actitud del marido, lo abandonó para siempre.
Adán se quejó ante Dios y para satisfacer las querellas de su siervo, la divinidad envió tres ángeles a la Tierra para traerla a su lado con la amenaza de que, en caso de no acceder, haría matar cada día a cien de sus hijos. Humillada en lo más profundo, Lilith juró vengarse haciendo lo propio con los recién nacidos que encontrara a su paso.
Unos la desposan con el demonio Sama’el, la llaman Reina del Inframundo por sus aspiraciones pecaminosas, o disminuyen sus actos reivindicativos situándola como instigadora de amores ilícitos. Otros las separan en dos, Lilith la Vieja, esposa de Sama’el, y Lilith la joven unida a Asmodeos, otro de los principales demonios.
Aclara la historiadora Martha Robles, que cualquiera fuere el surtidor de esta imagen, el resultado es el mismo en casi todas las culturas que reconocen en las mujeres una potencia sexual de inequívoca peligrosidad, sobre todo en el momento en que las tribus transitaron hacia un patriarcado que, para legitimarse, tenía que descalificar la autoridad femenina considerándola, cuando menos, perturbadora del lecho conyugal.
Lilith enseña que, antes de que Eva reconociera la belleza del cuerpo, la mujer estaba hecha para asumir su erotismo con un el mismo vigor con el que imponía su presencia en un mundo sometido absolutamente a los dictados divinos. Era el mundo señalado por el poder de crear, distintivo de las mujeres. De ahí que, al establecer las primeras leyes humanas, a imagen y semejanza de Dios, Lilith tuviera que ser censurada para ceder su signo fundador a una Eva nacida de la costilla de Adán, inferior por su debilidad, aunque también responsable de la pérdida de la inocencia humana.
La idea de una madre buena y una mala, encarnadas por Eva y Lilith, ha perdurado hasta nuestros días, a pesar de que en Eva recaiga también la maldición proveniente de su pecado de orgullo. Y el orgullo congrega toda las supersticiones vinculadas con la seducción femenina, que a través de los mitos se manifiesta desde el simple deseo de equidad hasta los encantamientos de la hechicera que doblega con procedimientos ilícitos la voluntad de los hombres.
El ejemplo de una instigadora al mal es la que mejor expresa los prejuicios que reinan sobre la función perturbadora de las mujeres, eternas responsables del pecado original que condujo a los hombres a perder su candor, a avergonzarse del propio cuerpo y a atentar contra el mandato divino al pretender la inmortalidad.
Refundida en su tentación de igualdad, se dice que Lilth habita desde tiempos inmemoriales en las profundidades del mar y que allí la retienen con reiteradas censuras los guardianes supremos para que no regrese a alborotar la vida de los hombres y de otras mujeres. Sin embargo, su sombra resurge de tiempo en tiempo, cuando el clamor de reciprocidad se infiltra en el alegato de derechos y libertades o cuando una mujer descubre el significado recóndito de su creatividad.
Antecedente mítico de un feminismos condenado de raíz, Lilith se aloja en cada mujer que imagina posible la verdadera equidad, en cada mujer que perturba las ensoñaciones de otros, en la que menciona el inefable nombre de Dios no para acatar su mandato, sino para acentuar el aliento transformador de su propia creatividad.
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